miércoles, 20 de octubre de 2010

Desvalorizando La Palabra...

¿Qué sucede cuando nos encontramos con sensaciones incómodas en el espacio laboral?

Todos los días intentamos adaptarnos a la diversidad, cuando muchas veces, el resto de los que comparten nuestro lugar de trabajo no está predispuesto a la misma tarea. Ahora bien, toda la actitud proactiva, resolutiva e interrelacional que nos es propia, se diluye en las manos del enemigo: la desconfianza.

Si bien es un sentimiento que se hace presente en todas las áreas de la vida, cuando se percibe en el lugar de trabajo, especialmente en la actitud cotidiana de quienes ocupan los cargos más altos, algo comienza a no funcionar.

Cuando en una pareja, alguno de los dos integrantes, plantea al otro frases, tales como: Qué raro...? Y había mucha gente…? (después de haber tardado más de lo esperado) Mirá vos... (seguido de una pregunta que ya se hizo al comienzo) o cuando simplemente se reestructura la conversación de manera tal que uno DEBE explicar todo nuevamente con detalles pormenorizados de los movimientos, ese "algo", que es la buena comunicación, la plena confianza, el "creo en vos", ya no está funcionando.

El problema no son los jefes, las parejas, los amigos o los empleados. El problema, desde mi modesto punto de vista, es la desvalorización del poder de la Palabra. Que alguien desconfíe de mí, significa que no le da valor a mi palabra, que descree de mi discurso.
Pero la palabra ¿es tan débil como para dejarla pasar sin darle crédito alguno? Pareciera que sí. Y si no tiene el peso suficiente como para creer en ella, entonces, estamos en un grave problema.

Si descreemos más de lo que creemos, nadie nos hará un bien, el mundo se tornará un enemigo voraz. Mientras eso sucede, la luz de la creatividad se opaca escalonadamente, la empatía se quebranta y se interrumpe la fluidez de la amabilidad, tanto en el ámbito de la vida personal como en el laboral, al cual deseo hacer hincapié.

Cuando, desde una posición jerárquica elevada o gerencial no se confía en la actitud genuina del empleado, sólo por el viejo hábito de desconfiar y descreer, no existe lazo productivo que envuelva la actividad laboral, y si esto sucede, el producto nunca podrá ser un éxito.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Comunicándonos...

Hay un momento de la vida en el que uno se encuentra invadido por una sensación muy parecida al autocuestionador: "en qué fallé", sobre todo si nos referimos a las relaciones humanas. Muchas veces nos preguntamos qué pasó con ese amor que alguna vez nos ilusionó con dar el SÍ frente al altar; qué fue de la vida de esos amigos con quienes te dejaste de hablar, qué hiciste mal en tu trabajo o por qué te tuviste que ir de la casa de tus padres abrumado y caíste en el primer departamento que compartían dos amigos y en el que, solidariamente, te "hicieron un lugarcito mientras tanto...". Imagino que si quisiera seguir, vos podrías completar la lista. Pero mi intención no es hacer aquí una sucesión de ítems interminables, sino poder pensar cuál es el problema latente. ¿Por qué no podemos mantener los vínculos que creamos? o peor aún, ¿por qué no podemos crearlos?

El ritmo de vida que llevamos nos obliga, muchas veces, a olvidarnos del amable "gracias", a no pedir permiso antes de empujar, a imponer los gustos a los gritos. Hacemos olas en discursos agresivos y nos quejamos de la violencia que nos envuelve el día a día, sin dejarle lugar a la reflexión y al tan preciado diálogo.
Algunos se encierran en su perfil 2.0 y creen que se comunican twitteando noticias tentadoras, anunciando eventos importantes, regalando comicidades en 140 caracteres, o tal vez dando respuestas cordiales, dignas de una altura intelectual sublime. Sin embargo, al cerrar la laptop, se reconocen como parte del mundo real en donde no pueden entenderse con sus pares: otros seres humanos.

Algo está fallando y no es exactamente la falta de comunicación, sino las maneras en que elegimos comunicarnos con la otredad.

jueves, 29 de julio de 2010

Amores que matan

-Es que si me voy con vos, no sé qué hacer con el otro.
Eso le contestó ella a su fiel fantasía de los miércoles, a su pasión de seis meses, a su eslabón perdido que siempre responde en los momentos de soledad.
Pablo se quedó callado, se estaba enamorando de ella y lo sabía. Lo supo en ese instante en el que cada palabra de Sofía se abría paso entre sus venas como si fuese una aguja filosa.
-¿Vos entendés que no puedo, no? -Volvió a replicar ella con más violencia.
Él estaba frente a la cama destendida por las horas de pasión. Ya se había cambiado, sólo le faltaban los zapatos. Seguía mirándola fijo, con las cejas levantadas, simulando indiferencia. Tragó saliva y se sentó en la punta de la cama mientras la observaba abrocharse la camisa. Ella, siguió:
-No me mires así, ya sé que por ahí en la cama falla, pero en el resto, no deja de ser mi marido.
Injusta, cruel, fría. No le importaban sus palabras. Las cosas eran como ella quería que fuesen. Pablo continuaba mirándola y sentía que su amor por Sofía era tan inmenso que no podría estar sin ella. Hacía un año que la conocía, pero sólo seis meses habían pasado de recorridas por la ciudad en búsqueda de refugios espontáneos para encuentros clandestinos. Él podía oler el amor brotando por su cuerpo. Estaba embriagándose de Sofía. Con cada uno de sus gestos la amaba más, la sentía más suya, pero no podía decírselo. No podía atormentarla con su deseo de que fuese sólo suya. ¿Cómo le decía que quería amanecer a su lado abrazado a su cintura mientras ella se despachaba intolerante y soberbia mientras volvía a la realidad de su vida? Pablo, invadido por una tormenta de impulsos, la tomó entre sus brazos y la envolvió fuerte. Le declaró su amor entre palabras y llanto. Cerró los ojos y le pidió que tuviera cordura, que se acordara de las tardes de pasión con él. Sin espacios, sin respuestas, él continuó con su declaración de amor, agitada y con sus palabras que olían a sexo de media hora. Pablo comenzó a levantar el volumen de voz y a medida que lo hacía, la aprisionaba cada vez más para no dejarla ir. Ella se sacudía en su mismo eje sin poder salir, sin poder hablar. Él entendió que aún debía amarla y protegerla de la decisión de quedarse con su marido, que la haría infeliz para toda su vida. Pero luego de unos minutos de forcejeo, se dio cuenta de que ella habíacomprendido y lo estaba empezando a aceptar porque ya no se movía como antes, ya no protestaba ni quería salirse de sus brazos. Se distendió y la volcó en el piso y la observó un largo rato. Ella estaba tendida, inmóvil y con los ojos cerrados. Pablo sentía una inmensa paz con la decisión de Sofíal. Él descubrió que lo había elegido y se durmió tranquilo a su lado,imaginando que algún día despertaría.